3/6/2000 Primer carta al doctor:
-Él es un hombre humilde,
le gusta mantener su expresión por mucho tiempo pero cuando se ríe brota todo.
La gente que lo escuchó reír siempre tuvo que decir un comentario al respecto.
Su risa es comprometedora. Suele apuntar su mirada hacia abajo para levantarla
cuando quiere hacer énfasis. En la intimidad toda ésta estabilidad se
despilfarra y se convierte en un ser brutal, casi no controla sus emociones, diría que no es un ser prudente, si no fuese por su tono gris de piel que no le permite mostrar demasiado
entusiasmo.
14/9/2000, 60 horas después de la visita al médico, llamado telefónico al médico:
-Tenemos muchos nietos. En casa hay una ratonera con 7 ratones que están
creciendo, y él siempre que puede los observa. Una vez un sentimiento ocurrente
lo atravesó, deseó con todo su ser comerse al mas chiquito de ellos. Esa noche
se flageló durante largo rato y prometió provocarse dolor cada vez que tuviese
deseos de alimentarse de carne ajena. No estoy hablando de un nieto, sino de un
ratón. - - - - - -
Su mujer, que bien lo conocía, amaba sacar conclusiones
que intimidaran a Quevedo y sacarle así alguna verdad brutal que turbara su elevada cordialidad. Descubrió
con los años, que su pasividad se debía en realidad a cierta censura. Nunca nadie
vio en el hombre grandes signos de ocultamiento, no era nervioso, no dudaba. Ella
recién logró comprender ésta faceta de su marido al oirlo gemir, aquella noche de castigo en que se derribó sobre absoluta oscuridad; el pudor, la vergüenza de
mostrarse y el temor de convivir con otros, algo que migró de sus ojos lo hizo todo insólito. No quedaba nada que demostrar. El hombre se figuró sólo, por un
instante, como quien se abstrae de todo el mal del mundo para hacer notar el
monstruo perverso que lleva, que es, y hasta se pregunta si no lo habrá sido
siempre ante la mirada de los otros, tan santos, tan inocentes, tan culpables
de no haberle dicho nada, tan culpables como él, que se ha condensado entre los murmullos y elevándose de todo ese mundo de cabezas congeladas. Está allí arriba ahora,
mirando todo con detenimiento, como quien se atreve a viajar al lugar donde
jamás podría haber pertenecido para estar sin conocerse, o para conocerse donde
no existe.
Cómo ha podido, la mujer de Quevedo, formar parte de todo
eso? Qué tanto habrá reducido aquellas conclusiones para hacérselas saber a su
marido sin preocuparlo? qué tanto lo ha amado? ¿En verdad lo extraña?
violeta
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