miércoles, 4 de julio de 2012

Consultas a Quevedo


3/6/2000 Primer carta al doctor: 
-Él es un hombre humilde, le gusta mantener su expresión por mucho tiempo pero cuando se ríe brota todo. La gente que lo escuchó reír siempre tuvo que decir un comentario al respecto. Su risa es comprometedora. Suele apuntar su mirada hacia abajo para levantarla cuando quiere hacer énfasis. En la intimidad toda ésta estabilidad se despilfarra y se convierte en un ser brutal, casi no controla sus emociones, diría que no es un ser prudente, si no fuese por su tono gris de piel que no le permite mostrar demasiado entusiasmo.

14/9/2000, 60 horas después de la visita al médico, llamado telefónico al médico: 
-Tenemos muchos nietos. En casa hay una ratonera con 7 ratones que están creciendo, y él siempre que puede los observa. Una vez un sentimiento ocurrente lo atravesó, deseó con todo su ser comerse al mas chiquito de ellos. Esa noche se flageló durante largo rato y prometió provocarse dolor cada vez que tuviese deseos de alimentarse de carne ajena. No estoy hablando de un nieto, sino de un ratón. 

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Su mujer, que bien lo conocía,  amaba sacar conclusiones que intimidaran a Quevedo y sacarle así alguna verdad brutal que turbara su elevada cordialidad. Descubrió con los años, que su pasividad se debía en realidad a cierta censura. Nunca nadie vio en el hombre grandes signos de ocultamiento, no era nervioso, no  dudaba. Ella recién logró comprender ésta faceta de su marido al oirlo gemir, aquella noche de castigo en que se derribó sobre absoluta oscuridad; el pudor, la vergüenza de mostrarse y el temor de convivir con otros, algo que migró de sus ojos lo hizo todo  insólito. No quedaba nada que demostrar. El hombre se figuró sólo, por un instante, como quien se abstrae de todo el mal del mundo para hacer notar el monstruo perverso que lleva, que es, y hasta se pregunta si no lo habrá sido siempre ante la mirada de los otros, tan santos, tan inocentes, tan culpables de no haberle dicho nada, tan culpables como él, que se ha condensado entre los murmullos y elevándose de todo ese mundo de cabezas congeladas. Está allí arriba ahora, mirando todo con detenimiento, como quien se atreve a viajar al lugar donde jamás podría haber pertenecido para estar sin conocerse, o para conocerse donde no existe.
Cómo ha podido, la mujer de Quevedo, formar parte de todo eso? Qué tanto habrá reducido aquellas conclusiones para hacérselas saber a su marido sin preocuparlo?  qué tanto lo ha amado? ¿En verdad lo extraña?


violeta

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