Qué molestia tan grande, cuando se rehusa cierra los ojos. Aunque estén rodeados por la ofrenda más deliciosa, los entierra.
Más de una vez la descubrí, en medio de los encuentros báquicos, desquitándose sóla de algo que nadie pudo comprender. Llegó a provocar en mi, el gesto más cruel y descabellado, me ha dejado rencoroso de mi mismo, juega con mi honestidad.

E incluso allí, ante el peor de mis modales, deja salir un hilo de escalofrío, esa dulzura con asco, para luego cerrar sus desalineados ojos.

Y permanecer en la quietud, como si nada, como si todo. A eso me obliga. Camina a mi lado siempre distante y desentendida con su santo gesto y una mueca nerviosa que deja salir, para dejarme el vicio de ella.



Violeta