jueves, 21 de abril de 2011






Llegué hasta el patio, tambaleándome caminé junto a la mesa de la cocina donde había una carta de feliz cumpleaños a mi madre, se detallaba desde el intervalo de tiempo en el que fue escrita hasta el alimento que ingería su autora, Natalia, mientras la escribía. Eran vainillas, vainillas y té.

Mira Natalia el jardín de mi mamá, mira la mesita, se sienta a admirar.

Mira su rostro, los ojos de mi madre se le hacen parecidos a cualquier ojo, pero en ellos cree ver el jardín, Natalia; las plantitas sobre el escritorio junto al sillón que da al jardín, Natalia; y a sus hijas en los ojos de mi madre.

Di vueltas en la cocina, abrí alacenas buscando algo para llenarme que nunca encontraría. Cerré los ojos y seguí de largo. Antes retrocedí a la ventana que da al jardín, donde siempre retrocedo para mirarme. De noche me paro a mirarme en varias manchas reflejadas en esa ventana que da a mi jardín.


Pero mi jardín estaba lejos, estaba mi frente arrugada como nunca. Mis suspiros llenando la cocina, marcando el fin de un día alegre e insatisfecho. Pero no teman, todo ha vuelto a ser como Natalia.